Y así a quién pretendemos convencer de que esto, de que lo nuestro, de que lo que hay entre nosotros dos, no es amor. Porque no nos lo creemos ni nosotros cuando nos miramos cautivos en esa atmósfera que solo busca una vía de salida a tanta ebullición. Que explota. Que esa burbuja explota de tanta tensión, pero que nos gusta jugar, arriesgar, tomárnoslo como algo personal, y querer solucionar el mundo con menos palabras y más miradas.

Sí, no nos lo creemos ni nosotros cuando nos decimos que nadie saldrá herido de esto, que son tonterías, que solo vamos a arriesgar lo justo... ¿pero cómo medir ese “lo justo” cuando ni siquiera sabemos decidir quién iniciar una conversación, porque nuestras palabras salen atropelladas, porque solo está hecho esto de miradas?

Y malditas miradas que matan, que besan, que atrapan, que ahogan, que te dejan sin respiración. Que te guiñan un ojo y te dejan el corazón latiendo arrítmico de pura emoción, de vasta mentira cuando dices que no sentiste nada ante esa mirada.
Somos los dos como la letra de esa canción que todo el mundo conoce, que todo el mundo desea cantar pero que nadie sabe entonar, ni siquiera, el ritmo captar. Y no se atreven. Y miran con recelo a los que se abalanzaron, a los que arriesgaron y ganaron. Nosotros somos esos, querido. Nosotros somos los dos valientes que se tiraron a una piscina vacía, que se tiraron desde ese acantilado convencidos por ellos mismos y que rozaron con sus pies las rocas que había bajo el agua, que nadie veía, que todos conocían; que todos temían. Y nosotros arriesgamos. Y casi nos matamos.
Casi perdimos. Sentimos la adrenalina en nuestras gargantas, quisimos gritar bajo el agua porque creíamos que todo lo perdíamos; sentimos rozar en nuestras plantas de los pies ese final. Pero salimos a flote. Veíamos entre las burbujas dentro del agua ese cielo azul, ese sol brillar, la vida, la grandiosa vida que nos esperaba para continuar. Que por primera vez, se había detenido por nosotros, que había aguantado la respiración como uno más de los dos. Y salimos. 

Salimos y respiramos y gritamos y reímos, y casi sollozamos. Porque vivimos; lo que queremos. Lo que nos mata por deseo. Con premeditación. Como un asesinato planeado, así es esta historia de desamor. Y ahora que nos miramos, otra vez esa maldita mirada, dime entonces: qué nos contamos.